En el capítulo «Z de zenit» de Amor, curiosidad, prozac y dudas (endecasílabo simpático) --yo concibo esa novela como un edificio monumental, una fachada extraordinaria y, al interior, el espacio pésimamente aprovechado--, Cristina cuenta: Uno de estos chicos me contó en la barra, entre cubata y cubata, las dos grandes tragedias de su vida: una novia que le había dejado y un atraco que había sufrido en la Gran Vía. Ella minimiza estas tragedias al compararlas con las propias y así el pobre chico aparece como un pusilánime: desarmado ante el primer golpe de su vida, puesto que nadie le había curtido en una batalla previa, puesto que nadie se había encargado de hacerle resistente a la frustración. Nadie le había advertido de que en la vida, por una cuestión de simple estadística, le tocaría, una vez al menos, enfrentarse a un desamor, y a un accidente de coche, y a un amigo desleal, y que todo el dinero y el amor de sus padres no iban a poder evitar lo inevitable.
Yo sufrí el atraco correspondiente hace seis meses. No llegó a ser una tragedia. Pero ha sido hasta ahora la tercera peor noche de mi vida.
Ninguna advertencia sobre la maldad humana se acerca siquiera al horror de encararse con ella. Me gustaría escribir aquí que sentí compasión por quienes me raptaron, es decir, me gustaría escribirlo y que fuera verdad. Pero todo lo que había entonces y mucho de lo que hay ahora es nada más que confusión. Dado que sobreviví, no fue gran cosa.
Me persuado a mí misma de la conveniencia de la lección: hay gente acechando por ahí, dispuesta a lanzarse al primer descuido y que no escatima en crueldades. «¡Ojalá que se mueran!» dijo Alfonso cuando le conté todo. Me pareció tan tierno. ¡Si todos vamos a morir...! No, que vivan, que vivan muchos años... Pero lo único que me conforta de veras es que tardé treinta años en enterarme de este infortunio. Antes de eso, ningún golpe serio, ninguna batalla previa, ni siquiera un acercamiento con la auténtica miseria humana. Supongo que he sido afortunada. En fin, todo esto para intentar explicar(me) el largo silencio y procurar pasar a otra cosa.